El objetivo del tratamiento de la enfermedad renal crónica es retardar la progresión de la pérdida de función renal, controlar los síntomas, prevenir complicaciones y mejorar la calidad de vida del paciente. La estrategia de tratamiento debe adaptarse según la etapa de la enfermedad, el estado general de salud del paciente y las necesidades individuales, generalmente incluyendo un plan integral de medicamentos, terapias no farmacológicas y cambios en el estilo de vida.
El tratamiento en etapas tempranas puede retrasar eficazmente la progresión hacia la insuficiencia renal terminal, por lo que el diagnóstico precoz y la gestión activa son fundamentales. Los médicos ajustarán la intensidad del tratamiento según la tasa de filtración glomerular estimada (eGFR) y la acumulación de desechos metabólicos. Además, se deben monitorizar indicadores clave como la presión arterial, la glucosa en sangre y la proteinuria, y abordar complicaciones como anemia y trastornos del metabolismo mineral.
El proceso de tratamiento enfatiza la participación del paciente, incluyendo seguimiento regular, auto-monitoreo y cambios en comportamientos saludables. El equipo médico puede incluir nefrólogos, nutricionistas y enfermeros, quienes colaboran en la elaboración de un plan de tratamiento personalizado. Los pacientes en etapa terminal necesitan evaluar la viabilidad de diálisis o trasplante renal y prepararse física y mentalmente para ello.
Controlar la presión arterial es clave para retrasar la deterioración renal. Estudios muestran que el objetivo de presión arterial suele establecerse en menos de 120/80 mmHg, combinando medicamentos antihipertensivos y cambios en el estilo de vida. La gestión de la proteinuria también es crucial, ya que indica daño en los glomérulos, requiriendo el uso de inhibidores de la ECA o ARB para reducir la excreción de proteínas en la orina.
Para pacientes diabéticos, un control estricto de la glucosa puede reducir el riesgo de daño renal adicional. Se recomienda mantener la hemoglobina glucosilada (HbA1c) por debajo del 7%, usando insulina o medicamentos orales antidiabéticos. Además, una dieta baja en proteínas puede disminuir la carga de filtración en los riñones, con una ingesta diaria de proteínas de aproximadamente 0.8 g/kg de peso corporal.
El tratamiento de la anemia suele incluir eritropoyetina (EPO) y suplementos de hierro para mejorar la oxigenación tisular. La acidosis metabólica requiere bicarbonato de sodio, mientras que el hipercolesterolemia y la hiperfosfatemia requieren limitar la ingesta de fósforo y usar quelantes de fósforo. La hinchazón puede controlarse con diuréticos, vigilando estrechamente los niveles de electrolitos para prevenir hipotensión.
Las medidas de protección cardiovascular incluyen el uso de estatinas para reducir lípidos en sangre y monitoreo regular de la función cardíaca. Los pacientes en etapa terminal pueden necesitar diálisis, y antes de optar por hemodiálisis o diálisis peritoneal, se debe evaluar la idoneidad del acceso vascular y explicar las ventajas y desventajas de cada método.
Los medicamentos de primera línea incluyen inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECA) y bloqueadores de los receptores de angiotensina (ARBs), que reducen la proteinuria y protegen los glomérulos. Ejemplos comunes son Losartán e Irbesartán, que requieren monitoreo regular de la creatinina sérica y potasio en sangre.
La acidosis metabólica, común en etapas avanzadas, puede tratarse con bicarbonato de sodio para tamponar la acidez. Los quelantes de fósforo como carbonato de calcio y sevelamer deben tomarse antes de las comidas para unir los iones de fósforo en el intestino. La vitamina D activa (alfacalcidol) ayuda a mejorar el metabolismo del calcio y fósforo, pero requiere monitoreo de los niveles de calcio en sangre para prevenir hipercalcemia.
En el tratamiento de la anemia, la eritropoyetina debe usarse junto con suplementos de hierro, controlando periódicamente la ferritina y la saturación de transferrina. Los nuevos medicamentos orales como roxadustat estimulan la producción endógena de EPO y podrían reducir la frecuencia de las inyecciones.
La hemodiálisis requiere la creación de un acceso vascular, como un fistula arterio-venosa autógena o un catéter central. La frecuencia suele ser de tres veces por semana, cada sesión de aproximadamente 4 horas, vigilando el riesgo de infecciones y sobrecarga de líquidos. La diálisis peritoneal utiliza el peritoneo como membrana semipermeable, y el paciente debe realizar intercambios diarios en casa, siendo adecuada para personas con movilidad limitada o que prefieren tratamiento domiciliario.
El trasplante requiere compatibilidad tisular y tratamiento inmunosupresor, con una tasa de supervivencia superior al 95% postoperatorio. Antes de la cirugía, se evalúa la salud general y la tolerancia a los inmunosupresores, y se realiza un seguimiento regular para evitar rechazos. La supervivencia de un riñón de donante vivo suele ser mayor que la de uno de donante fallecido, pero se evalúan los riesgos para el donante.
Una dieta baja en proteínas puede reducir la carga de filtración en los riñones, recomendándose una ingesta diaria de aproximadamente 0.6-0.8 g/kg de peso. Es importante limitar la ingesta de sodio a menos de 2000 mg diarios para controlar la presión arterial. Los pacientes con hiperfosfatemia deben evitar productos lácteos y nueces, y usar quelantes de fósforo para reducir la absorción intestinal.
Una dieta baja en sodio puede lograrse mediante ingredientes naturales en lugar de alimentos procesados, usando hierbas en lugar de condimentos. La ingesta de líquidos debe ajustarse según la función renal, con una recomendación de 500-1000 ml diarios en etapas terminales, ajustándose según peso y volumen urinario.
El ejercicio moderado, como caminar y nadar, durante al menos 150 minutos por semana, puede mejorar la salud cardiovascular. Se deben evitar actividades intensas que puedan dañar aún más los riñones, y realizarse bajo supervisión médica. La gestión del estrés puede lograrse mediante técnicas de meditación mindfulness y ejercicios de respiración, reduciendo la carga de cortisol en los riñones.
La trasplantación de células madre mesenquimales ha mostrado en experimentos animales la capacidad de reparar glomérulos, aunque los ensayos clínicos en humanos aún están en curso. La impresión 3D intenta reconstruir estructuras de túbulos renales, actualmente en fase experimental, y en el futuro podría ofrecer opciones de terapia con órganos bioartificiales.
Para enfermedades renales hereditarias monogénicas, la edición genética con CRISPR puede reparar genes defectuosos, aunque aún debe resolverse el problema de efectos fuera del objetivo. La medicina personalizada selecciona medicamentos según el genotipo del paciente, por ejemplo, aquellos con ciertos perfiles genéticos que responden mejor a los IECA, para mejorar la eficacia del tratamiento.
Los algoritmos de IA pueden analizar cambios en la proteinuria y la creatinina sérica para predecir la velocidad de deterioro renal. Dispositivos portátiles monitorean continuamente la presión arterial y el equilibrio de líquidos, transmitiendo datos en tiempo real al equipo médico para intervenir tempranamente.
Debe acudir a un especialista si presenta aumento de peso inexplicado, edema severo en las extremidades inferiores, presión arterial persistentemente superior a 140/90 mmHg o aumento rápido de la creatinina sérica. La presencia de síntomas cardiovasculares como dolor torácico o dificultad para respirar requiere descartar miocardiopatía urémica.
Si aparecen síntomas adversos como picazón en manos y pies, náuseas o tendencia a sangrar, se debe reevaluar la medicación y las interacciones. Cuando la tasa de filtración de creatinina cae por debajo de 15 mL/min o aparecen síntomas de uremia (como atrofia neurológica o tendencia a sangrar), se debe considerar la diálisis o trasplante.
El ajuste de la dosis debe basarse en indicadores de función renal como la tasa de filtración glomerular estimada (eGFR) o la creatinina sérica. Cuando la función renal empeora, algunos medicamentos (como antibióticos y antihipertensivos) pueden acumularse en el organismo, aumentando el riesgo de toxicidad. Se recomienda realizar análisis de sangre y orina periódicos y consultar con el médico tratante sobre los mecanismos de metabolismo de los medicamentos, y en caso necesario, cambiar a alternativas con menor toxicidad renal.
¿Es adecuada una dieta baja en proteínas para todos los pacientes con enfermedad renal crónica? ¿Qué evidencia científica respalda esto?La dieta baja en proteínas (aproximadamente 0.6-0.8 g/kg de peso corporal por día) tiene respaldo científico para retrasar la progresión de la función renal, especialmente en pacientes en etapas avanzadas. Este método reduce la carga de filtración renal, pero debe complementarse con aminoácidos o péptidos para evitar deficiencias nutricionales. Sin embargo, pacientes con diabetes o con masa muscular insuficiente deben ser evaluados por un nutricionista antes de seguirla, y no debe hacerse de forma autodidacta.
¿Cuándo se debe remitir a un paciente a un nefrólogo para tratamiento especializado?Cuando el paciente presenta proteinuria persistente (>3 g/día), aumento rápido de la creatinina sérica, o complicaciones como hipertensión o anemia, se debe remitir al nefrólogo. Si la tasa de filtración glomerular (eGFR) permanece por debajo de 30 mL/min/1.73 m² durante más de tres meses, indica que la enfermedad ha llegado a la etapa terminal y requiere evaluación para diálisis o trasplante.
¿Qué factores deben considerarse en la elección entre hemodiálisis y diálisis peritoneal de acuerdo con las características individuales?La hemodiálisis requiere acudir regularmente a un centro de diálisis y es adecuada para pacientes con buena salud vascular y que puedan cumplir con el horario. La diálisis peritoneal se realiza en casa, requiere técnicas asépticas estrictas y es preferida por pacientes con movilidad limitada o que desean mayor autonomía. La elección debe considerar el riesgo de infecciones (como peritonitis en diálisis peritoneal), la función residual renal y las preferencias del paciente y su entorno de apoyo.
¿Es posible combinar tratamientos tradicionales chinos con la medicina occidental? ¿Existen contraindicaciones específicas?Algunos medicamentos tradicionales chinos pueden contener ingredientes con potencial toxicidad renal, como la aristoloquia, y su uso conjunto con medicamentos occidentales puede aumentar el riesgo de daño renal. Se recomienda evitar estos productos o usarlos bajo supervisión de un médico especializado en medicina integrativa. Técnicas como acupuntura o ventosas pueden ser complementarias, pero siempre informando al médico tratante para evitar interacciones medicamentosas adversas.